martes, 18 de agosto de 2009

MEMORIAS DE UN NIÑO CATÓLICO EN EL MADRID ROJO DE 1936



Carlos De Meer de Ribera




Habíamos procurado olvidar los espantosos crímenes de la Revolución, cometidos por aquellos que se autotitulaban “los sin Dios”.
Creíamos que era mejor olvidar para conseguir la convivencia entre españoles de ambos bandos una vez terminada la guerra, pero desgraciadamente los descendientes de aquellos criminales han decidido resucitar los viejos recuerdos mintiendo descaradamente y ocultando sus espantosos delitos contra la humanidad y la religión.
Así que por este motivo algunos “niños de la guerra” hemos empezado a rebuscar en nuestra memoria lo que vimos y vivimos en aquel año de 1936 en que la Revolución, programada y ejecutada por el “Frente Popular”, llegó casi a triunfar del todo en aquella República violada y destruida por los que detentaban el poder, o sea, los partidos que integraban el frente Popular: socialistas, anarquistas, comunistas y sus organizaciones obreras.



MEMORIA I



1936. Me llamo Carlos, tengo siete años y cinco hermanos pequeños. Mi padre es capitán de caballería y yo voy al colegio del Pilar. Bueno, mi padre me lleva al cole para poder entrar porque en la puerta se ponen los pioneros rojos, que son chicos mayores con pañuelo rojo, y no nos dejan entrar a los más pequeños y nos llaman “facistas” que no se lo que es, pero si está contra los rojos debe ser bueno.
Pronto llegarán las vacaciones y seguramente iremos a Santander, tierra de la abuela Ángela, madre de papá.

Han matado a Calvo Sotelo.


13-julio-1936, son las 10. La abuela vuelve de misa como todos los días con dos periódicos en la mano: “El Debate” y “El siglo futuro”; está muy nerviosa y dice esto a mamá: “han matado a Calvo Sotelo, ¡que horror!, ¿adonde vamos a llegar?”. Leen las dos el periódico en voz alta, están en la cocina haciendo el desayuno. Yo en la puerta oigo lo que dicen. Cuentan que una camioneta de la Guardia de Asalto del cuartel de Pontejos fue por la noche a casa de Calvo Sotelo y se lo llevo detenido. En la misma camioneta le dispararon dos tiros en la nuca y el cadáver lo tiraron a la entrada del Cementerio de la Almudena. Calvo Sotelo era una persona muy importante de la derecha y estaba en el Parlamento, donde pronunciaba discursos muy patrióticos contra los del frente popular. Por lo visto, en el mismo Parlamento, la Pasionaria le amenazó con matarle. Pues lo hizo, dos días después.
1946.- Diez años más tarde le pregunté a papá: “Pero ¿por qué no os sublevasteis antes y esperasteis tanto tiempo a pesar de los asesinatos que cometían las izquierdas, la quema de iglesias y todo lo que aguantasteis?”. Me contestó: “hijo, tu no sabes lo que a una persona sensata y católica le cuesta sublevarse contra el orden constituido. Uno piensa que una sublevación contra el gobierno es lo más grave que se puede hacer, que nunca tienes seguridad en el éxito, que es posible dar lugar a una guerra civil con todos sus horrores, y por eso y un sentido del orden y la prudencia, das largas a la sublevación.
Fue el asesinato de Calvo Sotelo, jefe de la oposición, lo que nos dio el motivo, fue el chispazo que produjo la explosión. Si no llega a ser por la muerte de Calvo Sotelo, el alzamiento no se hubiera producido”.
1975.- En su libro “Así empezó” de José Ignacio Escobar, marqués de Valdeiglesias, se puede leer (página 15):
“ … En dos ocasiones había establecido yo con anterioridad contacto directo con Mola. Una de ellas a consecuencia de una reunión de oficiales jóvenes a la que fui invitado a asistir por mi amigo el teniente coronel Bartolomé Barba, organizador de la UME (Unión Militar Española). Tuvo lugar en su casa de la Red de San Luís. Asistieron unos 15 o 20 militares, entre ellos mi primo Carlos Kirkpatrick. Me quedé impresionado del grado de violencia verbal con que todos ellos se expresaban, no ya contra la República, sino contra los jefes superiores del ejército, que no se decidían a dar la orden de sublevarse por todos impacientemente aguardada.
No se puede ya contar con los generales, era el ritornello de todas las intervenciones. Son unos buenos burgueses envejecidos, incapaces de un gesto de arrojo. Nos entregarán inermes al comunismo por pura falta de decisión. Con Franco no hay que contar, por supuesto. Y el propio Mola retrocederá en el último momento. Hay que empezar otra organización a base solo de gente joven y de mandos de comandante para abajo…..”.
En la página 13, dice Valdeiglesias:
“El sábado 11 de julio de 1936 fue el último día que se publicó mi periódico “La Época”, cuyo primer número vio la luz el 1 de abril de 1849. Con la noticia del secuestro de Calvo Sotelo por un destacamento de la guardia de Asalto a las órdenes del ministro de la gobernación, y de la aparición del cadáver en la puerta del cementerio del Este con un tiro en la nuca, llegó a la redacción del periódico, el lunes 13 por la mañana, la orden terminante del Gabinete de censura: prohibido terminantemente el empleo de la palabra asesinato, así como de cualquier comentario sobre el suceso. Sólo podría darse la noticia escueta del fallecimiento del Señor Calvo Sotelo. Fue la misma fórmula que se usaría durante la guerra en la zona roja para dar cuenta de la serie de caídos ante las diversas brigadas de asesinos. Todos fallecían victimas de una extraña y mortífera epidemia.
… Poco después me enteré por Jorge Vigón de que la monstruosidad del crimen había actuado de chispa definitiva y por fin se había señalado el día D hora H para que, sin posibilidad de marcha atrás, consciente de que no había ya más tiempo que perder, se levantara el Ejército en defensa de España. El día 17 por la mañana inician la sublevación las tropas de África y a intervalos regulares secundan el movimiento las guarniciones de la península; esta vez va de veras, con Franco o sin Franco - fueron las palabras de Jorge”.


Muchos años después, en 1998, mi amigo Francisco Alberto Gutiérrez Moreno, magistrado jubilado, me entrega un escrito suyo que titula “Memorias de un ochentón”. Copio literalmente lo que dice en las páginas 3 y 4:
1998.- “… Estuve destinado de magistrado en la Audiencia de la Coruña desde 1961 hasta enero de 1975. En este periodo el trabajo judicial-penal descendió en España. Cuando se hacen las estadísticas, en 1962, se cometían unos 35.000 delitos… quizá (aún cuando entonces se descubrían casi todos) 40.000 delitos en toda España. En las manifestaciones de la Fiscalía del Tribunal Supremo en 1996 se dijo que se habían cometido un millón de delitos en España en 1995. Un millón de delitos al año es mucho.

Y ahora, una anécdota que dará luz.
Pues bien, por las tardes, desocupado, a veces iba al café bar Unión (hoy sustituido por un banco) sito en la calle Payo Gómez en que vivía, esquina a la plaza de Pontevedra. Solían reunirse unos jubilados en ese café, y aquella tarde solo había acudido uno; le conocía yo algo y trabé conversación con él.
Me dijo era jubilado de la policía; yo no lo sabía, y añadió que había sido (en 1936) de la escolta de don José Calvo Sotelo.
No era nada de particular ser jubilado de la Policía, sí lo era haberlo sido ¡en la época del frente popular!, haber pertenecido a la escolta de un personaje asesinado, o sea Calvo Sotelo. Y siguió diciéndome mi interlocutor lo siguiente:
El día que me designaron para la escolta de Calvo Sotelo, el director general de Seguridad
[1] me citó a su despacho y a la vez el otro policía que habían designado igualmente para la escolta de Calvo Sotelo, y cuando estuvimos los dos con el director general de Seguridad, este nos dijo lo siguiente (recuerdo perfectamente lo que me expresó mi interlocutor): Si hay algún atentado contra el señor Calvo Sotelo en la ciudad ¡absténganse!; si es en el campo, pueden rematarle.
Siguió diciéndome mi interlocutor que después de pensar, como su compañero de la escolta, que les habían confundido buscó el teléfono de don Joaquín Bau, diputado afín a don José Calvo Sotelo. Me expresó mi interlocutor o contertulio que no le fue difícil localizar a don Joaquín Bau, y que le citó en el café Gijón sito en el paseo de Recoletos de Madrid y (como no se conocían) se dieron señas (de vestido, caracteres, etc.). Una vez juntos mi compañero de tertulia de aquella tarde y el señor Bau, el primero le refirió lo ocurrido en el despacho del director general de Seguridad a dicho diputado.
Seguimos conversando aquella tarde el policía jubilado y yo magistrado entonces de la Audiencia de La Coruña, y me contaba que estuvieron su compañero y el algún tiempo, quizá un mes, haciendo la labor de escolta ¡pero! de pronto (no sería manejable mi interlocutor) se vio trasladado de Madrid a La Coruña, distante entonces 17 horas de tren… Y cuando estaba haciendo el viaje, al llegar el tren a Lugo se enteró de que aquella noche (12 a 13 de julio de 1936) habían matado a Calvo Sotelo.

No creo preciso hacer comentarios.


[1] El director general de seguridad era Alonso Mallol”.

MEMORIA II


Arden las iglesias de Madrid.
19 de julio de 1936, es domingo. Papá y mamá han ido solos a oír misa a la iglesia del Pilar en la calle Torrijos. No nos han llevado a Angelita y a mí, que ya somos mayores porque hicimos la primera comunión el año pasado. Al volver a casa dicen que solo estaban ellos en la Iglesia y el sacerdote que dijo la misa. Al salir de la Iglesia, en la calle había milicianos con fusiles y pistolas que les cachearon. Menos mal que papá no llevaba su pistola, pues los hubieran detenido.
Los mismos milicianos creo que entraron en al Iglesia cuando el sacerdote estaba desvistiéndose en al sacristía y allí mismo lo mataron.
Por la tarde incendiaron la Iglesia del Rosario en la calle Torrijos, desde casa se veía el incendio, salía una columna de humo que duró tres días.
También los rojos quemaron la Iglesia de Covadonga en al plaza de Manuel Becerra, allí se bautizó mi hermano Quique en febrero de este año, yo fui su padrino.
En Madrid, dice la abuela que están ardiendo a la vez todas las Iglesias, como la catedral de San Isidro, la iglesia de San Andrés, San Cayetano (c/ embajadores) y todas las del Madrid antiguo que son las más bonitas. A la vez arden más de cincuenta iglesias.
En la iglesia del Rosario han sacado las milicianas las imágenes a la calle; a la Virgen le han colocado un orinal en al cabeza y al niño Jesús le han puesto un pistolón en la mano. Los copones y cálices están tirados por el suelo, también los misales grandes, todos con las hojas arrancadas. Las milicianas usan los copones como orinales. Han matado a todos los curas del Rosario y a muchos más en todo Madrid.

El hospital de Maudes.
Julio de 1936.
El hospital de la calle Maudes lo mandó construir una señora llamada Dolores Romero, viuda de Curiel.
Lo hizo para atender a jornaleros, y se gastó toda su fortuna. El arquitecto, Palacios, fue el mismo que había hecho el palacio de Comunicaciones de Cibeles.
Un día de julio se acercaron al hospital la Pasionaria y un grupo de milicianos que cogieron a doña Dolores que vivía allí en el hospital. La sacaron de su habitación y en la calle de Maudes la mataron a puñaladas con cuchillos que habían robado de la cocina del hospital.

Cerro de los Ángeles (centro geográfico de España).
Un día de julio.
Mamá viene de la cola de la frutería, ha podido comprar patatas y cebollas, no había nada más. Viene llorando por lo que decían varias milicianas de la cola: que el “Cerro de los Ángeles” ahora se llama “Cerro rojo” y a la mierda los ángeles. Bueno, todo se llama rojo en Madrid: socorro rojo, centro rojo de milicias, hogar rojo para niños de milicianas que andan registrando casas de “fascistas”.
Pues las milicianas contaban, dice mamá, que un grupo de milicianos rojos de los pueblos de Getafe, Pinto, Parla, Móstoles y otros pueblos cercanos al “Cerro de los Ángeles”, después de matar a los curas de sus pueblos y quemar las iglesias, decidieron subir al cerro para “afusilar” al Cristo ese del monumento del Cerro de España.
Los rojos formaron una fila frente a la estatua del Sagrado Corazón, que era de mármol, hecha por un escultor muy famoso. Pero cuando dieron el grito de apunten, se salió un miliciano de la fila y dijo que él no disparaba contra Dios. Dispararon muchos tiros contra la imagen de Nuestro Señor y después cogieron al que no quiso disparar contra Dios y le dijeron que si él no disparaba es que sería fascista, el otro, que se llamaba Manolo y era de Pinto, siguió negándose y entonces se lo cargaron allí mismo. Dice la abuela que eso se llama bautismo de fuego y que Manolo es un mártir, que se parece al buen ladrón, que me parece que se llamaba Dimas y es San Dimas que se arrepintió en el último momento.
Como, después de más de cien disparos, no se notaba nada en la estatua de mármol, decidieron volarlo para lo que llevaban varios dinamiteros asturianos, qué casualidad.
Los dinamiteros metieron cantidad de puros de dinamita y lo volaron.
Después de la guerra hemos ido al Cerro de los Ángeles a ver las ruinas y rezar allí el rosario por España y los mártires de nuestra cruzada. Cogimos algunos trozos de mármol, son reliquias auténticas.



MEMORIA III


La denuncia y el registro.
Julio de 1936. Día..., no me acuerdo.
Los vecinos de enfrente (PP) nos han denunciado al comisario político del barrio (PB). En la denuncia nos acusan de rezar el rosario todas las tardes. La denuncia es verdad.
Se presentan en casa cuatro milicianos con fusiles y el que manda lleva pistola y va mejor vestido, dice a mi padre:

- Camarada, hay una denuncia contra ti por que rezáis el rosario todos los días, ¿es verdad o no?”
- Es verdad, rezamos el rosario en familia porque somos católicos.
- ¿O sea que sois “facistas"?
- No lo que somos es católicos, o sea, fascistas - católicos.
- Vamos a registrar la casa.

Entran en el comedor y uno de ellos barre con su fusil el aparador, se caen al suelo todas las cosas de cristal, que se rompen, y también la imagen del Sagrado Corazón de madera a la que solo se le rompe un brazo. Miran el interior de los aparadores rompiendo con el fusil todo. Pasan al dormitorio de mis padres y encuentran en la mesilla de noche de papá sus dos pistolas y las cogen incautadas. Tú te vienes detenido a declarar - dice uno de ellos.

Salen del comedor y, al pasar por el cuarto de los niños, abren la puerta y allí nos ven a los seis junto con la abuela Ángeles. Se quedan en la puerta, el joven coge a uno de los pequeños, Moncho, que tiene casi dos años. Le pregunta no se que, y Moncho le da un beso. Aquel hombre cambia de aspecto. Deja al niño en el suelo y dice a mi padre, bueno tú mañana te presentas en la comisaría, ¿entendido? Uno de los otros dice: no, a este nos lo llevamos porque es militar y tenía dos pistolas. Mi padre contesta: son mis pistolas reglamentarias. El jefe dice: bueno, te quedas pero mañana a las nueve en comisaría. El otro refunfuña: es mejor llevárnoslo nosotros. El jefe dice que él manda y se hace lo que dice.

Se van. Moncho con sus dos añitos ha salvado a papá porque seguro que lo hubieran asesinado como han asesinado al señor de la puerta B que era capitán de intendencia y que no se quiso esconder.

Al día siguiente, al levantarnos, no le vemos a papá, se ha marchado para esconderse en no se que embajada. Años después sabré que fue en la embajada de Méjico donde se escondió. En su curso de la Escuela de Guerra había un capitán Mejicano y se hicieron amigos. Este fue su salvación, nunca supe su nombre.


MEMORIA IV



Madrid 1936. Es invierno.
El ejército nacional está en la ciudad universitaria, no han podido liberar Madrid que es lo que deseaban casi todos lo madrileños. Dicen que son las brigadas internacionales de comunistas las que han impedido a los legionarios liberarnos.
Durante el día, por las calles se ve a los milicianos de la FAI, de la UGT, CNT y UHP circular por Madrid llevando detenidos a las checas a toda persona que sea denunciada por ir a misa, leer el Debate, el Siglo Futuro o el ABC. Nadie va con corbata porque eso dicen que es de fascista y te detienen. Los milicianos no van al frente, eso solo es para los brigadistas.
En los periódicos han salido fotos de milicianos en el Cerro de los Ángeles (ahora se llama Cerro Rojo) fusilando al Sagrado Corazón, luego los dinamiteros asturianos lo volaron. Creo que uno de los milicianos dijo que el no disparaba contra Dios. Entonces, los otros le dijeron que debía ser fascista y lo fusilaron allí mismo.
El señor de la casa de enfrente, que era capitán de intendencia y amigo de mi padre, no le hizo caso y no quiso esconderse en una embajada porque decía que el era militar y apolítico. Bueno, pues por la calle le reconoció un miliciano que había sido su asistente y se lo llevaron a una checa. Su cadáver apareció a los dos días en las tapias de la Casa de Campo.
Las calles están llenas de pintadas y carteles de UHP y FAI y otros de “no pasarán”. Yo, al pasar, pienso que ¡sí pasarán!
La pasionaria, una víbora, aparece en muchos carteles y creo que está decidida a perseguir monjas y simplemente a señoras católicas.
Por la noche no se puede salir desde las ocho. Nos encerramos en casa y hay que poner mantas en las ventanas para que no se vea luz desde fuera. Si algún miliciano ve luz en una ventana dispara. Oímos el tableteo de las ametralladoras en la Universitaria y también en la parte del Cerro de los Ángeles.
Pasamos mucho frío en casa, pues no se puede encender la calefacción, no hay carbón. Tampoco leña. Mama hace la comida quemando muebles. Los cuartos se van quedando vacíos y nos sentamos en almohadones en el suelo. Para bañarnos mamá calienta un a olla de agua y la echa en la bañera con algo más de agua, así se templa un poco.
No hay comida, vamos a las colas donde dan algo por persona, mamá nos pone en los sitios correspondientes. Entre las cosas que comemos están las peladuras de patatas, resulta que las peladuras fritas son muy ricas.
Todo Madrid pasa hambre frío y miedo. Eso de que “el pueblo” defiende Madrid es mentira, el pueblo quiere que entren los nacionales. He visto una manifestación de mujeres por la calle de Torrijos que gritaba: “¡Pan, carbón o rendición!”
Nosotros del pan ni nos acordamos de tanto tiempo como hace que no tenemos. Como no tenemos ni radio, ni teléfono, ni periódico no sabemos nada de la guerra, solo lo que cuentan en las colas las milicianas que seguro es mentira.
Vivimos en la calle de Padilla, cerca de Montesa, estamos entre dos cárceles-checas: La cárcel de Porlier era el colegio de los escolapios, al otro lado la fundación Caldeiro, creo era para viejecitos.
Porlier es muy grande, está en Torrijos, tiene un patio enorme rodeado de verja metálica, de modo que desde la calle se veía a los chicos jugar al fútbol. Ahora, como cárcel, creo que está llena de gente buena, sobre todo católicos, dicen que ocho mil, todos los días por la mañana sacan presos en camiones y los llevan a Paracuellos para asesinarlos por orden de un tal Carrillo del partido socialista. Pero a nosotros lo que nos impresiona es que nada más amanecer llevan al patio a unos cuantos presos y los fusilan para que desde la verja lo vean las milicianas y otras rojas. Luego las dejan pasar a patear los cadáveres, y creo que algunas se mean en ellos.
Es horrible contarlo, pero es así. Toda mi vida al ver amanecer recuerdo las descargas que se oían en casa.
En Caldeiro, los fusilamientos los hacen a la puesta del sol y desde casa se oyen todavía más fuerte.




MEMORIA V



Una misa en las catacumbas del Madrid rojo.
Año 1937. Llevamos mucho tiempo sin ir a la Iglesia, sin comulgar, sin oír misa, porque en Madrid ya no hay Iglesias, ni curas ni monjas, ni colegios de niños.
Las iglesias ardieron todas, o casi todas, el verano pasado, otras se han convertido en garajes o almacenes. La Concepción de Goya se salvó del incendio porque un grupo de comerciantes convencieron a los milicianos del peligro que sería el incendio de la Iglesia pues podía incendiarse la gasolinera de al lado y arder todo el barrio. La convirtieron en garaje.
En la iglesia de los Ángeles de Cuatro Caminos, el incendio fue pequeño pues no había madera casi, solo los bancos, entonces levantaron el suelo y dejaron la tierra para hacer cochiqueras.
Han asesinado a todo el que creían era cura, los conocían por la tonsura, o sea la coronilla en la cabeza. Con las monjas pasa igual. En casa hemos tenido escondidas dos monjas, una vieja muy simpática y una joven muerta de miedo. A la semana o así se marcharon a un escondite mejor.
La misa en las catacumbas del Madrid rojo no me acuerdo de qué día fue, pero debía ser primavera porque me acuerdo que yo iba sin abrigo solo con jersey.
Mamá me llama y me dice muy en secreto: ponte el jersey y que no te vean los niños salir porque vamos a ir a una misa en un sitio muy secreto. Pero no se puede enterar nadie porque es muy peligroso ir. Si nos denuncian y nos detienen nos matarían los rojos. Claro que si nos descubrieran estamos obligados a dar testimonio de nuestra fe y si pretendieran que pisáramos la cruz o blasfemáramos nos negaríamos, nosotros diríamos: soy católico, creo en Dios; y si me matan gritaré ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España! Es el grito al morir de los muchos fusilados por los rojos en Paracuellos, San Fernando de Henares, Alcalá, Boadilla, el cementerio del Este, las tapias de la Casa de Campo, los altos del Hipódromo, Maudes y más sitios llenos de mártires. Creo que este grito lo inventaron los “cristeros” mejicanos en una guerra que tuvieron allí contra los masones que eran el gobierno de entonces. Fue la guerra de los Cristeros que produjo miles de mártires en Méjico.
Salimos a la calle, nos metemos en Montesa, torcemos a la izquierda en Lista y mamá me dice sin señalar: es aquella casa donde están entrando ahora varias señoras, debemos esperar un poco para que no se note que entra mucha gente. Al cabo de poco entramos en el portal, subimos al tercero por la escalera, no, por ascensor. Se abre la puerta del piso, entramos deprisa sin hablar. Hay bastante gente, toda en silencio, casi todo señoras, algunas viejas, y otros tres o cuatro niños como yo.
En una mesa pequeña, dos velas encendidas y un crucifijo sobre un mantelito blanco.
Al poco rato sale de un cuarto interior un hombre vestido con mono azul, es el sacerdote, me dice mamá. Se coloca delante de la mesa y reza oraciones en voz baja, no se le entiende, saca del bolsillo un tubito de aspirinas de los grandes, lo abre y saca unas hostias pequeñitas, como pastillas de aspirina. Nos arrodillamos, nos va dando la comunión, todos sabemos que es el cuerpo de nuestro señor Jesucristo por el milagro de la consagración. Comulgamos mamá y yo, es la comunión más emocionante de mi vida. No tengo ningún miedo, mamá menos, no he visto cosa más valiente que ella. Mamá da las gracias a Dios conmigo, pedimos por todos, especialmente para que salve a Papá que no sabemos donde está. También pedimos por el ejército nacional que lucha para salvar a España de comunistas, socialistas y anarquistas, todos rojos criminales, asesinos, incendiarios de iglesias e imágenes, matadores de católicos y españoles, que ellos mismos se llaman “los sin Dios”.
Poco a poco nos marchamos del piso-catacumba, salimos a la calle de dos en dos, con intervalos, disimulando pero sin miedo a morir como mártires igual que en el imperio romano los cristianos martirizados por los emperadores, Nerón y otros.
Toda mi vida recordaré esta reunión de cristianos valientes que afrontan la muerte dando testimonio de ser cristianos, igual que los primeros cristianos durante las persecuciones en el impero romano.



MEMORIA VI


Nos quieren mandar a Rusia pero mamá nos salva.
Madrid, junio 1937: 12 horas.
- Llaman a la puerta señora.
- Abre Aurelia, ¿quién es?
- Son tres milicianas. Preguntan por usted.

Efectivamente, tres arpías vestidas con monos azules y gran pistolón al cinto entran en la casa del Capitán de Caballería Ramón De Meer.
- Camarada, nos has engañado, tu marido no está sirviendo al ejército del pueblo, seguramente estará con los facciosos en la zona Nacional. Por tanto, el pueblo ha ordenado fusilarte.
- ¿Y los niños, qué les vais a hacer?
- Los dos mayores van a Rusia, a que los eduquen en democracia. Los cuatro pequeños al hogar rojo de milicianas combatientes de la calle Torrijos. A ti te llevaremos a San Antón, ese de los frailes del babero que tenemos lleno de facistas, con el canalla ese del Muñoz Seca y otros facistas.
- Pero en Rusia hace mucho frío y los mayores, Carlos y Angelita, no tienen ropa. Dejarme que vaya ahora mismo a comprarles unos jerséis y abrigos.
- Cómpralos ya, y dentro de una hora volvemos a recogerlos.
- Aurelia, quédate en casa y cuídala, yo me voy con los niños.
- Pero señora ¿adonde va?
- No se Aurelia, no se. Adonde Dios quiera.

En el tranvía 49 vamos a la calle Bárbara de Braganza. En la puerta de la embajada de Francia el portero nos abre, entramos, allí está papá con su amigo Federico S. Pasamos muy deprisa, nos dicen que nos llamamos Lebón. Es una habitación muy grande, en la pared hay una pizarra limpia sin tizas ni nada. Por la noche extendían colchones en el suelo, dormíamos allí muchas familias con niños y mayores, decían que éramos veinte familias. No se podía andar entre los colchones de juntos que estaban; teníamos dos orinales grandes. Por el día jugábamos en el patio, muy grande. Yo cuidaba de Quique que todavía no sabía andar.

3 noviembre 1937: por la noche. Nos evacuan a Valencia en autobuses, papá no viene. Las luces de los coches apagadas, se oye el tableteo de las ametralladoras, son de los nuestros, ¡que bien! Jarama. Los autobuses se paran, nos dejan bajar a la carretera a hacer pis. Es emocionante, la carretera está llena de tanques rusos en la cuneta, los soldados tienen cara de chinos y van vestidos de cuero con unos gorros de orejeras impresionantes. Nos sonríen, parecen buenos pero son rojos ¡que pena! Enseguida arrancan los coches hacia Valencia. ¡Emoción!.
Estamos en Valencia, en una casa grande, nos colocan en el piso de arriba. Mamá me dice: “Carlitos ven conmigo que viene a verme una amiga mía”. Bajamos al salón, se abrazan mama y su amiga que se llama M. Castellví, me parece que es marquesa de Laconi. Las dos lloran, yo las miro pero también escucho. A tu hermano Manolo lo fusilaron en julio del año pasado junto a Casilda su novia, mi hija y también a mi marido y mis cuatro hijos varones. Solo quedamos la pequeña y yo. Se despiden, mamá se seca las lágrimas y me dice: “no digas nada a la abuela que está muy enferma”, hay que disimular.
Nos llevan al puerto, el barco es francés se llama Aymereti, los marineros son chinos, le quitan todo a las mujeres: anillos, pulseras, medallas. La abuela se esconde en el moño una crucecita de oro y su añillo.
De repente el barco se para, se acerca el destructor que nos escolta. Volvemos a movernos, deprisa. El barco de guerra dispara un cañonazo. Era una mina, la explosión es enorme, se forma un surtidor de agua tremendo que nos riega.
Marsella. Nos meten en un tren, tenemos hambre, desde ayer no hemos comido nada. Llegamos a Irún, emocionante, las chicas de auxilio social suben al tren nos dan bolsas con de todo: plátanos, chocolate, bocadillos, leche, gaseosa. Nos lo comemos todo. ¿Podemos pedir más? Claro niños, tomar más, ¡qué bien! Los niños del frente de juventudes con camisas azules y las flechas bordadas en rojo, nos ayudan, nos regalan chocolatinas, nos hacemos amigos, nos regalan la revista “Flechas”, gritamos con los flechas ¡Arriba España!
Al tren, vamos a Valladolid, es mi tierra y la de mi padre, allí nos esperan en la estación tía Luisa y tío Manolo, viviremos en su casa, paseo de Recoletos, frente al Campo Grande.
La abuela ve de luto a tía Rosario, casada con tío Miguel. Tienen que decirle que tío Miguel, capitán de infantería, murió en el frente de Madrid, en la Casa de Campo junto al lago. Pregunta por su hijo pequeño, tío Manolo que era un jinete internacional y que iba a ir a la olimpiada de Berlín. No tienen más remedio que decirle que lo asesinaron los rojos en Valencia. La pobre abuelita, de la impresión, se quedó ciega para siempre. Lo que no le dijeron fue que a tío Manolo, después de fusilarlo, lo ataron a la cola de un caballo que lanzaron al galope desde Paterna a Valencia. El cadáver quedó tan destrozado que, al terminar la guerra, fueron mamá, tía Luisa y tío Antonio a Valencia a recoger sus restos para traerlos a la tumba familiar y casi no había huesos que recoger. Cuando hablaban de lo que le hicieron a Casilda, su novia, me dijeron que me fuera a jugar un rato.
Ya estamos en zona Nacional, todo es diferente de la zona Roja. Aquí no hay miedo y sí hay comida, da gusto. Vamos a la Iglesia con mamá y la abuela. Las calles están llenas de soldados, de requetés, de falangistas, están ganando la guerra.
Mamá me dice que voy a ir al colegio de San José, llevo dos años sin ir al colegio. Cuando fui al colegio me di cuenta que sabía lo mismo que los demás niños, casi casi.
Estamos salvados, pero papá sigue refugiado en la embajada francesa de Madrid. Tardaremos en verle, solo podemos rezar por el.
Me han comprado una boina roja de requeté y con una manta y un agujero en el centro me han hecho un capote. En el agujero tiene una piel de conejo que es el cuello. Ya soy un pelayo con uniforme de requeté.
¡Viva España! ¡Arriba España!

Doy Fe.